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5 errores arquitectónicos que han creado nuevos estilos

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La escasez de materiales durante la guerra y la introducción del hormigón

En las ruinas de la Europa de la posguerra, los arquitectos no optaron por el hormigón porque les parecía «despiadado». Lo utilizaron porque estaba ahí, era barato y se podía verter rápidamente a gran escala. El acero y la madera de calidad escaseaban o estaban sometidos a un estricto control, por lo que el hormigón bruto (béton brut) vertido in situ se convirtió en una solución práctica al problema de la escasez de viviendas. El ejemplo más famoso de Francia es el edificio Unité d’Habitation de Le Corbusier en Marsella, que, cuando se descubrió que el acero era muy caro después de la guerra, pasó de la estructura de acero prevista a la de hormigón armado; el resultado fue un bloque único que albergaba a cientos de familias, tiendas, una escuela y una azotea, es decir, la vida urbana en un solo bloque.

En Inglaterra, las restricciones y los requisitos de licencia que se aplicaron durante años moldearon el sector de la construcción y llevaron a los diseñadores a buscar sistemas que pudieran ofrecer el máximo espacio habitable con el mínimo coste y revestimiento. Este enfoque económico, caracterizado por «estructuras desnudas, instalaciones a la vista y materiales sencillos», sentó las bases para el surgimiento de un nuevo lenguaje estético que más tarde se denominaría «brutalismo» (y que a menudo sería objeto de críticas).

La interpretación errónea del minimalismo de Le Corbusier

La palabra «brutalismo» no surgió como una amenaza, sino que comenzó con palabras. Los críticos relacionaron este movimiento con la expresión «béton brut» («hormigón en bruto») de Le Corbusier y con la palabra sueca «nybrutalism» (nuevo brutalismo), que llegó a los jóvenes arquitectos de Londres. En este proceso, el público escuchó la palabra «brutal» y la percibió como «hostil». Sin embargo, el propio béton brut de Corbusier, al igual que en Unité, se animaba a menudo con colores, profundos aleros y programas sociales, y esto, más que una simplicidad en sí misma, se había arraigado en la vida cotidiana.

Este cambio fue significativo. Una estrategia de materiales que pretendía ser abierta y eficiente se redefinió como una actitud dura, fría e inhumana a través de los titulares y las conversaciones callejeras. La distancia entre la concepción «cruda» del arquitecto y la concepción «despiadada» del público se amplió cada día más con fachadas desgastadas y plazas descuidadas, y una rareza lingüística se convirtió en un malentendido permanente de la intención.

Reacciones contra la decoración y el dogma modernista

El brutalismo era más que un simple amor por el hormigón; era una postura moral sobre la realidad de los materiales y la legibilidad de la estructura. Los Smithson y sus seguidores defendían que los edificios debían mostrar cómo se sostenían, utilizar los materiales «tal cual» y evitar los revestimientos falsos. Esta ética, desprovista de pantallas decorativas y revestimientos delicados, era una reacción tanto contra las decoraciones tradicionales como contra el elegante estilo internacional, que se había convertido en una especie de fórmula.

Echa un vistazo a la escuela Hunstanton o a la Unité de Le Corbusier y verás cómo se puso en práctica esta creencia: la estructura expuesta, los servicios visibles, la circulación abierta. Este movimiento no estaba en contra de la belleza, sino del engaño. En ciudades que necesitaban urgentemente escuelas, viviendas, teatros y ministerios, esta claridad se percibió como honestidad y, durante un tiempo, también como esperanza.

El papel de la comunicación errónea en la intención del diseño

En pocos años, el «nuevo brutalismo» se dividió en dos: uno ético y otro estético. El crítico Reyner Banham intentó abarcar ambos aspectos defendiendo que las nuevas obras debían ser memorables como imagen, mostrar claramente su estructura y valorar los materiales en su estado natural. Sin embargo, a medida que estos criterios se generalizaron, el público y muchos clientes se centraron en la parte de la imagen, es decir, en las formas grandes, crudas y fotogénicas, y pasaron por alto la ética social que los Smithson denominaban «no estilo, sino ética». El resultado fue un ciclo de retroalimentación: cuanto más gustaba la imagen de la cámara, más fácil era perder de vista su propósito.

Este abismo también se refleja en la percepción de las «calles del cielo». En Robin Hood Gardens, las plataformas de acceso elevado se construyeron con el objetivo de fomentar las relaciones entre vecinos; sin embargo, décadas de inversión insuficiente y obstáculos políticos convirtieron estas plataformas en un símbolo de decadencia. Cuando llegó el momento de la demolición, el Museo Victoria & Albert rescató una pieza a escala real para la Bienal de Venecia. Se trataba de una obra fruto de un malentendido.

La reacción del público y el legado estético de la cultura

A finales de los años 70 y en los 80, los inviernos duros, los trabajos de mantenimiento aplazados y las plazas ventosas coincidieron con un entorno político cambiante. El brutalismo se convirtió en objeto de burlas al ser señalado como ejemplo de modernismo «feo» en el Ayuntamiento de Boston y en innumerables mansiones inglesas. Esta reacción avivó las campañas de demolición, al tiempo que agudizó el movimiento conservacionista, que defendía que estos edificios eran testimonio de una ambición social digna de ser recordada.

La historia no termina aquí. La fotografía, los estudios académicos y campañas públicas como SOS Brutalism, junto con una serie de listas de alto perfil, han replanteado muchos gigantes de hormigón como patrimonio. La terminal de autobuses de Preston, que en su día estuvo amenazada, ahora figura como monumento histórico de grado II; el cine y los medios de comunicación también se han sumado a este proceso de salvación, y se puede ver el renovado amor del público en libros, visitas guiadas y exposiciones abarrotadas. Te guste o no, el brutalismo se ha convertido en una estética de culto debido a que sus «defectos» son muy evidentes: su crudeza, su escala, su sinceridad. Estas características han facilitado la crítica de este estilo y lo han hecho inolvidable.

Cuando la función del formulario falla: el ejemplo del rascacielos Walkie-Talkie

El caso del coche derretido: diseño y medio ambiente

En una brillante semana de 2013, el número 20 de Fenchurch Street, en Londres, demostró que un edificio puede actuar como una lupa. La luz del sol incidió sobre su fachada sur, cóncava y con grandes ventanales, y se reflejó en un punto muy caliente de Eastcheap, lo suficientemente caliente como para agitar la pintura, deformar los embellecedores de plástico de un Jaguar aparcado e incluso freír un huevo en una sartén colocada en la acera. Mientras que la prensa bautizó el suceso como «Walkie-Scorchie», el arquitecto Rafael Viñoly admitió que se producirían reflejos, pero señaló que «no se había dado cuenta de que serían tan intensos» y que, debido a recortes en los costes, se habían eliminado las persianas previstas para la fachada sur.

La solución se aplicó en dos fases. En primer lugar, se instaló una cortina provisional en el lado de la calle; a continuación, se llevó a cabo una renovación permanente: se añadieron «filas de lamas de aluminio» al brise-soleil de la fachada sur de la torre para dispersar y bloquear los rayos reflejados entre las plantas tercera y trigésimo cuarta. Se trataba de una lección clásica de diseño ambiental «a posteriori», que se añadió a un símbolo ya terminado y permitió que la calle volviera a su vida normal.

Los peligros de la curvatura paramétrica de la fachada

Las curvas escritas digitalmente pueden ser irresistibles, pero una superficie cóncava y brillante, sea o no ese el objetivo, es un dispositivo de energía solar. La propia guía del Ayuntamiento de Londres lo deja claro: cuando los elementos reflectantes se disponen de forma cóncava (en planta, en sección o en ambas), los rayos solares se concentran en lugar de dispersarse y se produce una convergencia de la energía solar. Los materiales que se comportan de forma «especular», como los espejos, refuerzan este efecto, mientras que las superficies mates o difusas producen el efecto contrario. En otras palabras, geometría más reflectividad es igual a riesgo.

Los investigadores reprodujeron el punto caliente del Walkie-Talkie mediante modelos de seguimiento de rayos y propusieron límites cuantitativos para una exposición segura, convirtiendo así el panorama sensacionalista en criterios técnicos. La recomendación del ayuntamiento establece valores umbral para la intensidad de la luz y el tiempo de exposición, y recomienda pruebas en fase temprana y sombreado cuando la concavidad es inevitable; en otros lugares, los ingenieros de fachadas han publicado métodos para predecir y reducir los reflejos del «rayo de la muerte» antes de que salgan del tablero de dibujo. El resultado es un nuevo reflejo de diseño: tratar el vidrio cóncavo no solo desde el punto de vista estético, sino también óptico.

Túneles de viento urbanos y riesgos de reflexión térmica

La temperatura no fue la única sorpresa en el microclima. Tras la finalización de la construcción, los trabajadores de la zona de 20 Fenchurch Street informaron de que había corrientes de aire a nivel de la calle que no coincidían con las evaluaciones previas a la construcción. Esto recordó que las estructuras altas y pesadas en la parte superior pueden acelerar las corrientes de aire descendentes y desviar los vientos de formas impredecibles. El ayuntamiento respondió a esta situación reduciendo el nivel que consideraba «cómodo» y solicitando que se realizaran pruebas más estrictas sobre el impacto de las torres en los peatones y ciclistas.

Estos cambios en la política ahora están respaldados por normas técnicas. Las Directrices sobre el microclima eólico de la ciudad de Londres exigen que equipos independientes realicen estudios de túnel de viento y CFD en 36 direcciones y que se establezcan objetivos de confort y seguridad relacionados con el uso real, desde las entradas hasta los carriles bici. Esto es más que una simple lista de control, es un cambio en la cultura del diseño: medir el microclima y luego dar forma al edificio y al plano de planta para que las calles sean más seguras y útiles.

Las críticas de la opinión pública provocaron cambios en las regulaciones.

La fusión literal de un coche bajo una nueva estructura emblemática llamó la atención del público con tanta certeza como la concentración de la luz solar en la fachada. Esta presión contribuyó a acelerar la guía oficial: Más allá de la renovación del brise-soleil del Walkie-Talkie, el Ayuntamiento publicó unas Notas de Recomendación de Planificación sobre la concentración de la luz solar y el deslumbramiento, lo que permitió a los equipos probar la geometría y los materiales con antelación y evitar o neutralizar con sombreado las trampas cóncavas y reflectantes antes de que los problemas llegaran a la calle.

El viento también fue objeto de un análisis similar. A medida que aumentaban las quejas y los periodistas informaban sobre las zonas ventosas, el Ayuntamiento endureció las expectativas y legalizó las mejores prácticas, definiendo claramente a los peatones y ciclistas como usuarios finales cuya comodidad y seguridad debían demostrarse en la fase de planificación. Esta política se forjó ante la opinión pública, con el Walkie-Talkie como ejemplo aleccionador en repetidas ocasiones.

Efecto no deseado sobre los códigos de diseño medioambiental

Lo que comenzó como una vergüenza local, se extendió al mundo exterior. Las nuevas normas sobre el viento y el marco de confort térmico de Londres, que combinan el viento, el sol, la temperatura y la humedad en una sola lente en la experiencia de la calle, ahora son tomadas como referencia por profesionales mucho más allá de Square Mile. En las noticias de la época se señalaba que otras ciudades también estaban adoptando enfoques similares para garantizar la seguridad de los ciclistas y hacer que los espacios abiertos fueran más cómodos. Este incidente contribuyó a convertir el concepto de «confort a nivel del suelo» de algo deseable a un objetivo de rendimiento indiscutible.

También hay un cambio de código más silencioso dentro de la aplicación. Walkie-Scorchie y sus predecesores, como el proyecto Vdara de Viñoly en Las Vegas, los equipos de fachada establecen rutinariamente límites de intensidad luminosa, sustituyen los cristales brillantes por otros con un índice de reflexión más bajo y añaden sombreado a la geometría desde el primer día. Los archivos de comandos paramétricos, por su parte, marcan las zonas cóncavas calientes antes de pasar a la fase de producción. Se trata de un nuevo estilo surgido de un error: no es una apariencia, sino una mentalidad que trata el ambiente y la luz de la ciudad como materiales de diseño reales.

El legado inhabitable de los bloques de viviendas modernistas

El idealismo por encima de la escala humana en los proyectos tempranos

El modernismo quería mejorar la ciudad dispersa y abarrotada con luz, aire y orden. Las normas resumidas en la Carta de Atenas abordaban la ciudad como una máquina con cuatro funciones distintas: vivir, trabajar, divertirse y moverse. Cada función tenía asignada su propia zona. De esta lógica surgieron los famosos «torres en el parque», formados por bloques que se elevaban sobre espacios abiertos, calles cada vez menos transitadas y una vida cotidiana alejada del suelo. Sobre el papel parecía lógico, pero en general eliminaba las pequeñas fricciones sociales que hacían que las calles se sintieran seguras y vivas. Al dividir la ciudad en partes con un único propósito, los urbanistas también fragmentaron las rutinas de las personas.

Jane Jacobs se había dado cuenta de esto mucho antes. Ella defendía que la verdadera seguridad urbana provenía de los «ojos que vigilan las calles», es decir, de los vecinos, los comerciantes y los transeúntes que se vigilaban mutuamente de manera informal. Cuando los bloques de viviendas se alzaban sobre terrenos baldíos o se alejaban de las tiendas de barrio y las escaleras, estos guardianes cotidianos desaparecían. La lección que se podía extraer de esto era que lo importante no era la densidad en sí misma, sino su forma: una densidad a escala humana, variada y legible.

Pruitt-Igoe y la muerte de la visión utópica

Pruitt-Igoe, en San Luis, fue el lugar que mejor simbolizó la crisis de la vivienda modernista. El complejo, que abrió sus puertas a mediados de la década de 1950 con aproximadamente 3000 apartamentos, se vació a un ritmo sorprendente; a principios de la década de 1970, gran parte del complejo estaba vacío o destruido. En 1972, las obras de demolición se retransmitieron por la televisión nacional y el crítico de arquitectura Charles Jencks calificó posteriormente esta escena como la «muerte» de la arquitectura moderna en toda regla. Esta imagen quedó grabada en la memoria y, para muchos, fue la prueba de que todo el experimento había fracasado.

Sin embargo, la historia completa es más compleja. Las decisiones de diseño fueron importantes: «los ascensores con parada automática y los largos pasillos abiertos dificultaban la supervisión, y los recortes presupuestarios eliminaron la vida en la planta baja», pero la economía, el racismo y los fracasos políticos también fueron importantes. St. Louis estaba perdiendo negocios y población, los presupuestos de mantenimiento eran insuficientes y la discriminación determinaba quién se mudaba y quién no. Los historiadores y el documental «The Pruitt-Igoe Myth» han demostrado que el proyecto fracasó debido a una combinación de factores, no solo arquitectónicos. En otras palabras, el problema no era solo la altura o el hormigón. Era la incompatibilidad entre un plan abstracto y las condiciones sociales y financieras reales sobre el terreno.

Ignorar los contextos culturales y sociales

Después de la guerra, en muchos asentamientos, un plan uniforme arrasó con los estilos de vida locales. Los hogares que dependían del comercio callejero, el cuidado de la familia extensa o la socialización en los huecos de las escaleras se encontraron de repente en bloques de apartamentos de diseño profundo, a los que se accedía por pasillos anónimos. Las plantas bajas sin bordes activos daban una sensación de vacío; al no haber usos mixtos, aumentaron los desplazamientos; al no haber vecinos a la altura de los ojos, se debilitó el control social informal. La prueba de sentido común de Jacobs «¿este lugar fomenta las observaciones cotidianas, las actividades rápidas y los encuentros fortuitos?» fallaba en la mayoría de los casos.

Las teorías de seguridad de Oscar Newman, como la del «espacio defendible», intentaron llenar estos vacíos defendiendo espacios abiertos, líneas de visión y umbrales semiprivados en los que los residentes se sintieran responsables. Sin embargo, incluso estas ideas funcionaban mejor cuando se combinaban con una buena gestión, una financiación estable y la confianza de la comunidad. El diseño puede ayudar o perjudicar, pero no funciona en un vacío; los programas sociales y la gestión son tan importantes como las fachadas y las losas del suelo.

El auge del diseño impulsado por los participantes y la comunidad

De los fracasos surgió una reacción contraria: involucrar a los residentes desde el principio y dejar espacio para el cambio. El teórico holandés John Habraken propuso los «soportes», que separan una estructura básica resistente de un relleno flexible que las viviendas pueden moldear con el tiempo. En lugar de congelar un plan ideal desde el primer día, el edificio se convierte en una plataforma para el desarrollo de la vida. Esta idea sembró las semillas del enfoque más amplio de «edificio abierto» que se utiliza hoy en día en viviendas y clínicas.

John F. C. Turner fue aún más lejos al afirmar que lo que las viviendas hacen por las personas es más importante que su apariencia. Sus trabajos con asentamientos de autoayuda demostraron que empoderar a las familias y destinar las subvenciones a lugares, servicios y propiedades seguras daba resultados más habitables que terminar cada habitación por ellas. Proyectos contemporáneos como Quinta Monroy, de Elemental en Chile, aplican estas ideas a gran escala: construir estructuralmente una «casa medio buena» y luego ayudar a los residentes a completarla y ampliarla de forma segura con el tiempo. Los estudios longitudinales han demostrado que este modelo gradual puede estabilizar las comunidades y mejorar la equidad.

Lecciones para los modelos contemporáneos de vivienda pública

La lección más clara es que las buenas viviendas sociales no son un edificio único, sino un sistema. Viena muestra cómo se pueden interrelacionar el diseño, la financiación y la gestión a largo plazo. La ciudad es propietaria directa de aproximadamente 220 000 viviendas municipales y, en colaboración con asociaciones de viviendas de beneficio limitado reguladas por la legislación nacional, mantiene los alquileres basados en los costes reales en lugar de en los beneficios de los inversores. Debido a la gran y permanente oferta, la mayoría de los vieneses viven en viviendas municipales o de beneficio limitado, y la calidad se mantiene en un nivel alto a lo largo de generaciones.

Otros modelos también enfatizan este punto de diferentes maneras. La HDB de Singapur, al combinar la oferta masiva con sólidos regímenes de mantenimiento y políticas sociales, mantiene un alto nivel de propiedad y mantenimiento inmobiliario, al tiempo que proporciona vivienda a aproximadamente el 80 % de los hogares establecidos. Independientemente de si se trata de alquiler o propiedad, el modelo es coherente: proveedores públicos o orientados a misiones estables, financiación predecible, usos mixtos a nivel de calle y marcos de diseño lo suficientemente flexibles como para satisfacer las necesidades cambiantes de las familias. Si el error de la posguerra fue imponer formas perfectas a realidades imperfectas, la nueva regla es más modesta: empezar por las personas, construir para la adaptación y respaldarlo con instituciones que seguirán existiendo dentro de cincuenta años.

4. Rascacielos de cristal y la crisis de la eficiencia energética

Interpretar erróneamente la transparencia como sostenibilidad

Durante toda una generación, «más cristal» parecía ser la forma más rápida de ser respetuoso con el medio ambiente: dejar entrar la luz del día, apagar las luces y ver cómo bajaban los contadores. En la práctica, sin embargo, la situación es más compleja. La luz natural puede reducir sin duda el consumo de iluminación eléctrica, pero si no se controla el calor y el resplandor del sol, aumenta la carga de refrigeración y se bajan las persianas, con lo que se pierden los ahorros esperados. El Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley lleva años advirtiendo de que una mala gestión de la luz natural aumenta tanto la incomodidad como la energía de refrigeración, y que el ahorro real no solo depende de la transparencia, sino también de una fachada coordinada, sombreado y controles.

La relación amorosa moderna con el vidrio también se benefició de la tecnología. El estilo internacional difundió una estética limpia y cristalina, pero para hacer habitables las torres totalmente recubiertas de vidrio y herméticas, a mediados de siglo se necesitaron tecnología de climatización e ingeniería. A medida que la cultura del diseño combinaba la ligereza visual con las virtudes medioambientales, muchos edificios dejaron de dar forma a las fachadas en función del sol y el clima, y dejaron el confort en manos de los refrigeradores.

La obsesión estética por el «estilo internacional»

La exposición organizada en el MoMA en 1932 recibió el nombre de Estilo Internacional y creó un gusto por el volumen, la regularidad y la ausencia de ornamentación. Desde Nueva York hasta Chicago, esto se convirtió en una apariencia institucional: paredes de cortinas tensadas, rejillas impecables, claridad desde el vestíbulo hasta el cielo. Esta claridad era visual, no térmica. Los iconos de la época, aunque dependían de la climatización mecánica para mantener la comodidad de sus fachadas herméticas, contribuyeron a normalizar las oficinas totalmente acristaladas como símbolo del progreso. Los ideales de este estilo perduraron, pero los hábitos energéticos quedaron gravemente obsoletos.

Paradojas de combustión, sobrecalentamiento y enfriamiento

La física cuenta. A medida que aumenta la relación ventana-pared, los estudios demuestran de manera consistente que aumenta la demanda de refrigeración, crece el riesgo de deslumbramiento y los ahorros en iluminación se ven obligados a competir con las ganancias de energía solar. Amplios estudios realizados en oficinas de Estados Unidos revelan que una mayor proporción de cristal se asocia con un mayor consumo energético total, mientras que los modelos y los estudios de campo muestran que las zonas luminosas pueden seguir siendo térmicamente costosas sin sombreado exterior u ópticas selectivas. Las directrices derivadas de la práctica limitan ahora la superficie acristalada en función de la orientación. Por ejemplo, LETI, en el Reino Unido, recomienda WWR modestos, especialmente en las fachadas este y oeste, donde el sol de ángulo bajo es más difícil de controlar.

Los estándares de luz natural también han pasado de la idea de «cuanto más, mejor» a la de «la luz adecuada sin deslumbramiento». El crédito de luz natural de LEED v4 utiliza los criterios sDA y ASE; si un espacio está demasiado expuesto, debe demostrar cómo se controla el deslumbramiento antes de obtener puntos. La Guía de diseño de edificios completos y el LBNL repiten la misma concesión: la luz natural, combinada con sombreado, óptica y controles que evitan el sobrecalentamiento, ahorra energía.

LEED y BREEAM obligan a replantearse las cosas

Los sistemas de clasificación han mejorado el rendimiento y han superado los límites. En el sentido más literal. Al vincular el requisito previo energético a ASHRAE 90.1-2010 y al marco 90.1-2016, más estricto que el v4.1, LEED v4 ha alejado a los equipos de diseño de las «cajas de cristal» con un WWR elevado, que no pueden modelarse adecuadamente sin un sombreado agresivo y cristales de alto rendimiento. El crédito de luz natural penaliza claramente a las habitaciones con exceso de luz solar, a menos que se resuelva el problema del deslumbramiento. BREEAM combina el requisito de confort visual, que exige un control fiable del deslumbramiento, con una simulación dinámica sólida y créditos energéticos vinculados a la reducción de la demanda operativa. El efecto combinado es tanto técnico como cultural: el diseño de la fachada debe demostrar su confort y eficiencia sobre el papel antes de su construcción.

Las ciudades han adoptado medidas más estrictas. La guía energética de Londres ahora exige que los proyectos declaren los porcentajes de revestimiento de vidrio en sus evaluaciones energéticas, y la Ley Local 97 de Nueva York establece límites de emisiones para los edificios grandes y hace que la operación de edificios con revestimientos de vidrio excesivos y con fugas sea financieramente arriesgada, a menos que se renueven de manera significativa. La política se ha convertido en un resumen de diseño: primero reducir la demanda y luego satisfacer el resto de forma limpia.

Invención de la doble cubierta y el sombreado pasivo

En lugar de renunciar al vidrio, muchos equipos lo rediseñaron. Las fachadas de doble pared crean un espacio ventilado construido en forma de ventana de caja, pasillo o caja de hueco. En este espacio, las persianas exteriores pueden protegerse, la energía solar puede conservarse y el aire limpio puede calentarse antes de llegar a la habitación. Las torres pioneras de Europa llevaron esta idea a los edificios altos: el edificio Commerzbank de Foster + Partners en Fráncfort y el edificio KfW Westarkade de Sauerbruch Hutton utilizan fachadas en capas, jardines colgantes y espacios con presión equilibrada para proporcionar luz natural y ventilación durante gran parte del año, al tiempo que reducen las cargas de refrigeración. No se trata solo de trucos estéticos, sino de dispositivos termodinámicos instalados en la fachada del edificio.

El sombreado pasivo completó esta transformación. Las investigaciones demuestran que el sombreado exterior es más eficaz que las cortinas interiores, ya que detiene el calor antes de que atraviese el cristal, reduciendo así tanto el calor solar como el deslumbramiento. Los proyectos contemporáneos escalan esta lógica con sistemas sensibles: las Torres Al Bahar de Abu Dabi utilizan una mashrabiya dinámica que sigue al sol y reduce significativamente la ganancia de energía solar y la necesidad de refrigeración, al tiempo que preserva las vistas y la luz natural. Ya sea con salientes fijos, alas verticales o pantallas cinéticas, la lección es la misma: primero la forma y el sombreado, luego el ajuste fino con vidrio selectivo y controles inteligentes.

La revolución del diseño abierto y sus efectos psicológicos

Los orígenes de los ideales de flexibilidad y cooperación

Las oficinas diáfanas surgieron de un deseo sincero de humanizar el trabajo. En la década de 1950, el equipo Quickborner de Alemania propuso el Bürolandschaft, un «paisaje de oficinas» que sustituía las filas rígidas por agrupaciones fluidas para fomentar la comunicación y aplanar la jerarquía. Sus ideas se extendieron a nivel internacional y, por un momento, las oficinas comenzaron a parecer más un organismo social que una fábrica.

Diez años después, Robert Propst, de Herman Miller, intentó ofrecer nuevas herramientas de flexibilidad que se adaptaran a las tareas cambiantes. El sistema Action Office ofrecía componentes móviles, superficies para sentarse o estar de pie y la promesa de que los equipos pudieran reorganizar su entorno según la evolución del trabajo. La visión de Propst no era apiñar a las personas, sino ofrecerles autonomía y adaptabilidad; más tarde lamentó que los recortes presupuestarios convirtieran esta idea en monótonas «granjas de cubículos». Sin embargo, la semilla era la misma: la apertura como plataforma para la colaboración y la elección.

Efectos inesperados sobre el ruido y la concentración

Cuando se eliminaron las particiones, el ruido y las señales sociales invadieron el espacio. Las investigaciones posteriores al uso a gran escala muestran que los empleados que trabajan en oficinas diáfanas expresan un menor grado de satisfacción en cuanto a la privacidad y la acústica en comparación con los que trabajan en salas cerradas, pero que las ventajas en cuanto a la «facilidad de interacción» son inferiores a lo esperado. A cambio, se observan resultados coherentes, como una mayor exposición a las conversaciones y al movimiento, una mayor distracción y una disminución de la productividad percibida.

Las investigaciones experimentales y de campo relacionan estos trastornos con un estrés medible. Los estudios simulados en oficinas relacionan el ruido de las conversaciones en las oficinas diáfanas típicas con la carga cognitiva y las respuestas al estrés, mientras que los seguimientos realizados en el mundo real durante la «demolición» de las oficinas revelaron que, tras pasar a diseños más abiertos, la interacción cara a cara disminuyó. Las personas prefirieron los mensajes digitales a las conversaciones para mantener la concentración. El diseño diáfano prometía encuentros fortuitos, pero el sistema nervioso humano exigía límites.

La pandemia ha puesto de manifiesto los puntos débiles de los diseños abiertos.

La COVID-19 ha redefinido la ventilación como un problema de gestión de riesgos. Las instituciones de ingeniería han reconocido la importancia de la transmisión aérea y han destacado la necesidad de mejorar los sistemas de ventilación, la filtración y los cambios operativos. Estas recomendaciones han supuesto un reto para los diseños densos, con aire compartido y pocas barreras físicas, en los que las mesas están muy próximas entre sí. El mensaje era claro: el aire es un material arquitectónico y debe moldearse tanto como la luz.

Al mismo tiempo, las encuestas globales sobre el lugar de trabajo revelaron que muchos trabajadores del sector de la información afirmaban recibir más apoyo para trabajar concentrados en casa que en sus oficinas antes de la pandemia. Esto reforzó la tesis de que el «espacio abierto medio» no es propicio para el trabajo en profundidad. A medida que las organizaciones adoptaban programas de trabajo híbridos, las oficinas tuvieron que justificar su existencia como lugares de reunión con un propósito específico, en lugar de como lugares de participación por defecto. Este cambio puso de manifiesto las deficiencias acústicas y de privacidad de las plantas amplias y sin diferenciar.

Zonificación acústica y el retorno de la privacidad visual

Los diseñadores respondieron reconstruyendo los bordes dentro del plano abierto. Las normas ahora ofrecen un lenguaje común para el rendimiento: la norma ISO 3382-3 define el método para medir la propagación y la inteligibilidad del habla en espacios abiertos, mientras que la norma ISO 22955 establece objetivos centrados en el usuario para espacios basados en actividades. De este modo, las zonas «silenciosas» permanecen realmente silenciosas y las conversaciones en las zonas de colaboración se toleran sin que se filtren a las zonas que requieren concentración. En lugar de una única sala grande, las oficinas contemporáneas se convierten en una serie calibrada de paisajes sonoros.

Los marcos de bienestar también avanzan en la misma dirección. Las características acústicas del estándar WELL Building Standard formalizan la privacidad acústica y sus directrices sobre enmascaramiento del sonido indican los niveles de activación que hacen que las conversaciones cercanas sean menos inteligibles sin que se perciba un volumen elevado. Los manuales del sector lo refuerzan con criterios pragmáticos. Por ejemplo, la guía del British Council for Offices, haciendo referencia a los objetivos NR para salas diáfanas y salas celulares, orienta los proyectos hacia equipamientos estándar como salas silenciosas, cabinas telefónicas, bibliotecas y compartimentos con cortinas.

Diseño para el equilibrio: claridad con límites

La siguiente oficina conserva los elementos de apertura que funcionan (acceso informal, conexión visual, reconfigurabilidad) y restablece los umbrales que nuestra mente necesita. En la práctica, esto significa enmarcar los barrios en torno a tareas y luego demostrar su rendimiento con criterios: Diseñar para la distorsión del habla y las distancias de privacidad según la norma ISO 3382-3, ajustar el ruido de fondo con enmascaramiento calibrado cuando sea apropiado y mezclar salas de «trabajo profundo» de baja estimulación con áreas de proyectos sociales de alta estimulación, de modo que las personas puedan pasar al entorno que requiera su tarea. El objetivo no es la libertad de interrupción, sino la libertad de elección.

El trabajo híbrido también ha elevado el listón de nuestras razones para reunirnos en persona. Los espacios que merecen la pena visitar combinan una acústica nítida con una visión clara y una protección visual discreta, de modo que la colaboración se convierte en algo energizante en lugar de meramente performativo. Las investigaciones sobre las oficinas basadas en actividades muestran que, cuando los usuarios encuentran y se apropian de entornos adecuados para sus tareas, aumenta la productividad y el bienestar percibidos; cuando no los encuentran, los antiguos errores del diseño abierto se repiten a gran escala. Por lo tanto, lograr el equilibrio es una cuestión tanto psicológica como operativa: armonice la política y las reservas con el diseño y asegúrese de que el diseño fomente la interacción y, al mismo tiempo, preserve la atención.

Aceptar los errores como catalizadores de la innovación

El error arquitectónico como acelerador del diseño

Si la arquitectura es un diálogo lento con la realidad, el error es el momento en que ese diálogo responde. Todos los campos que construyen a escala real aprenden esta verdad: los pasos en falso revelan las variables ocultas más rápidamente que el éxito constante. El académico de ingeniería Henry Petroski ha defendido que el fracaso no es una vergüenza que debe ocultarse, sino un motor de conocimiento, ya que cada caída o deficiencia revela los límites de lo que aún no comprendemos y lleva el siguiente diseño más allá. La arquitectura, que comparte los riesgos de la ingeniería, pero añade cultura y costumbres, avanza de la misma manera: leyendo con disciplina lo que ha salido mal.

La teoría del diseño ofrece un método para abordar esta lectura. La idea de Donald Schön del «profesional reflexivo» enmarca la práctica como un ciclo continuo: acción, percepción de los resultados, reflexión, ajuste. En este ciclo, el diseñador aprende directamente de las «retroalimentaciones» materiales y sociales de la situación. Los estudios y los lugares de trabajo se convierten en laboratorios; la práctica reflexiva transforma los errores en experimentos estructurados, en lugar de heridas que hay que ocultar.

¿Cómo afectan los fracasos a la percepción pública y a la política?

Los errores visibles no solo cambian los edificios, sino también las normas. El incidente del «Walkie-Talkie» en Londres provocó que la ciudad publicara una guía oficial sobre la combinación de los rayos solares. En esta guía se advierte sobre las fachadas cóncavas y reflectantes y se documentan estrategias de renovación, como el brise-soleil exterior, que eliminan el problema. Lo que comenzó como una vergüenza local se ha convertido ahora en una recomendación codificada que guía los procesos de modelización y aprobación en las primeras fases.

La política energética también sigue el mismo modelo a escala urbana. A medida que aumentan las torres de cristal, que consumen mucha energía desde el punto de vista mecánico, las ciudades han pasado de las etiquetas voluntarias a las restricciones vinculantes. La Ley Local 97 de Nueva York, al establecer límites de emisiones para los edificios grandes, obligó a sus propietarios a reducir el carbono operativo o a pagar multas; a nivel de proyecto, LEED v4 vinculó los créditos de luz natural a los criterios de exposición excesiva (ASE), de modo que «más luz» ya no eclipsaba las penalizaciones por deslumbramiento y refrigeración. Una clase de rendimiento visiblemente deficiente agudizó la voluntad pública y los instrumentos técnicos para exigir mejores envolventes y menos carbono.

Del arrepentimiento al renacimiento: estilos que se han convertido en iconos

La historia es generosa con lo que se malinterpreta. La Torre Eiffel, que durante su construcción fue criticada por los artistas parisinos como una chimenea de fábrica monstruosa, se ha convertido hoy en día en el símbolo de Francia. Esto nos recuerda que, a veces, la conmoción y el escepticismo preceden al amor. El mismo proceso, aunque de forma más lenta, se está produciendo con el hormigón posmoderno. La terminal de autobuses de Preston, que en su día se planeó demoler, se ha convertido en la prueba de que los «errores» del pasado pueden convertirse en el patrimonio del futuro, tras una cuidadosa renovación que le valió la categoría de monumento histórico de grado II y, posteriormente, el premio World Monuments Fund/Knoll Modernism Award. En este caso, la conservación no es nostalgia, sino el argumento de que los experimentos ambiciosos merecen ser reevaluados con cuidado.

La reevaluación remodela el gusto y la técnica. Plataformas básicas como SOS Brutalism catalogan y defienden las estructuras de hormigón en todo el mundo, replanteando la aspereza de estas construcciones como prueba de su propósito social y la honestidad de los materiales. A medida que las narrativas públicas se suavizan, las renovaciones técnicas —«mejoras térmicas, reparaciones cuidadosas y nuevas posibilidades de acceso»— llevan adelante estos edificios sin borrar su carácter. La indulgencia cultural respaldada por la artesanía transforma el arrepentimiento en renovación.

La responsabilidad de los arquitectos de aprender de los errores

Aceptar los errores es tanto una tarea técnica como ética. Si los edificios afectan a la seguridad pública, la salud mental y el clima, las lecciones no pueden permanecer ocultas. Las normas convierten las ideas en objetivos medibles: en las oficinas, la norma ISO 3382-3 define cómo verificar la confidencialidad y la inteligibilidad de las conversaciones en los espacios diáfanos; en las fachadas, los sistemas de clasificación y las guías locales animan a los equipos a probar la ganancia solar, el deslumbramiento y las emisiones antes de construir la primera maqueta. El objetivo aquí no es limitar la creatividad, sino proporcionar ciclos de retroalimentación lo suficientemente sólidos como para mantener a las personas seguras y cómodas.

La cultura del diseño madura cuando los profesionales no solo desarrollan su firma, sino también sus hábitos reflexivos. El modelo de Schön exige que los equipos traten cada etapa (briefing, modelado, trabajo de campo, uso posterior) como un lugar para escuchar y corregir. Petroski lo recuerda de forma más contundente: aprendemos menos de nuestros éxitos que de la sincera autopsia de nuestros fracasos. Juntos, muestran una actitud profesional curiosa, transparente y responsable.

Celebrar los defectos en la forma construida

La imperfección no es un apoyo estético, sino una estrategia de diseño para un mundo cambiante. Cuando apreciamos la pátina, las marcas de reparación o una renovación bien hecha, estamos reconociendo que los edificios pueden evolucionar sin vergüenza. Las políticas que premian las mejoras repetidas, «los límites de emisiones cada vez más estrictos a lo largo de las décadas, los planes que orientan los criterios de confort hacia una mejor acústica y luz natural», hacen que esta evolución sea visible y valiosa, en lugar de permanecer oculta.

Una invitación más profunda es de naturaleza cultural. Las ciudades son prototipos colectivos. Algunas experiencias nos sorprenderán, otras nos dolerán, y otras se convertirán en iconos sin los que no podremos vivir. Si vemos los errores como catalizadores, «se analizan, se comparten y se vuelven a aplicar», entonces las nuevas formas serán más audaces y más delicadas. Este es el secreto para que un espacio construido a lo largo de siglos se mantenga joven.

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