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Casas compactas, vidas plenas: lecciones del diseño nómada

La casa nómada es más que un simple refugio: es un compañero de viaje que se adapta constantemente. Durante miles de años, las culturas nómadas han desafiado la obsesión de la arquitectura por la permanencia, construyendo viviendas que se pueden desmontar fácilmente, transportar y volver a montar. La ger (yurt) de un pastor mongol o la tienda beduina son tanto un hogar como un vehículo: una piel flexible que protege la vida en movimiento. En la era actual de las casas pequeñas y los estilos de vida móviles, estos antiguos principios siguen sorprendentemente vigentes. La vida compacta moderna está redescubriendo lo que los nómadas siempre han sabido: que una vivienda ligera y temporal puede seguir ofreciendo un profundo confort y significado. Se ha demostrado que diseñar para el movimiento puede liberarnos de lo superfluo, crear comunidades más unidas e incluso reforzar nuestro vínculo emocional con el espacio. Este artículo examina cinco lecciones temáticas extraídas de la arquitectura nómada y cómo estas informan la tendencia emergente de las viviendas compactas y móviles.

1. ¿Cómo influyen los principios de la arquitectura nómada en la vida moderna compacta?

La arquitectura nómada se basa en la ligereza y la temporalidad; estas características se reflejan hoy en día en las pequeñas casas modernas y en las cabinas modulares. Las viviendas nómadas tradicionales —la yurta mongola, la chum siberiana, la tienda beduina— están diseñadas para montarse y desmontarse rápidamente con el mínimo de piezas. Los marcos de fieltro, lona y madera forman una envoltura transportable que se carga en un camello o un carro. Estas construcciones dan prioridad a la eficacia en el uso del espacio y los recursos, una característica distintiva de las viviendas compactas actuales. De hecho, muchas personas que prefieren vivir en casas pequeñas «suelen compartir los mismos principios de diseño que las viviendas nómadas tradicionales, como el uso de materiales ligeros y resistentes y el aprovechamiento eficiente del espacio». Una minicasa contemporánea con ruedas, con su forma simplificada y su diseño multifuncional, puede considerarse una descendiente directa de las yurtas. Ambas se basan en una economía de medios: una estructura suficiente para satisfacer las necesidades de la vida, sin nada superfluo.

Los refugios nómadas también enseñan la transitoriedad como una virtud. En lugar de echar raíces en la tierra, la tocan ligeramente y no dejan huella; este enfoque es apreciado hoy en día por la arquitectura sostenible. Los diseñadores están «combinando la eficiencia de las viviendas urbanas con las características de un estilo de vida nómada» en casas flotantes, cabañas móviles y arquitectura sobre ruedas. La libertad de cambiar la ubicación de una vivienda, ya sea una tienda de pastor o una microcabaña moderna, desafía la idea de que una casa debe ser fija. Esto es especialmente relevante en una era de cambios rápidos y movilidad. El romanticismo de la pasión por los viajes ha inspirado «estructuras móviles que pueden convertirse en oficinas temporales, hogares e incluso comunidades enteras para los vagabundos urbanos». Un ejemplo llamativo es la Casa de tres ruedas (2012), situada en Pekín, una pequeña casa que se pliega para caber en un remolque de bicicleta y que, al pedalear, se convierte en cama, mesa, baño y cocina. La existencia de esta casa demuestra que la creatividad nómada puede resolver las limitaciones de la vivienda urbana moderna. La modularidad es otro principio de transición: en los yurtas, al igual que en los módulos prefabricados actuales, se utilizan secciones de paredes de celosía repetibles. Las empresas que venden yurtas plegables o casas contenedor están, en realidad, empaquetando la movilidad antigua de forma moderna. El resultado es un renacimiento de lo que Bernard Rudofsky denominó «arquitectura no noble»: un diseño que no surge del ego monumental, sino de las necesidades prácticas del ser humano, y que ahora está influyendo en una generación ávida de una vida flexible y minimalista.

La vida nómada moderna se ha rediseñado: Tres ruedas Bicicleta Casa (People’s Architecture Office) es una pequeña casa con ruedas, plegable y remolcable en bicicleta. Su diseño refleja la portabilidad y la autosuficiencia de una vivienda y demuestra que los antiguos principios nómadas pueden resolver las necesidades de vivienda en entornos ultraurbanos.

Más allá de la practicidad, también tienen un atractivo filosófico. Las casas nómadas representan la libertad frente al exceso. Obligan a reducir las pertenencias a lo estrictamente necesario para poder trasladarse. Los habitantes de las casas pequeñas de hoy en día expresan una alegría similar al liberarse de las cargas materiales para llevar una vida más consciente. Los arquitectos señalan que este tipo de viviendas pequeñas (por lo general, de menos de 40 m²) limitan, por su propia naturaleza, el «porcentaje de objetos personales» que una persona puede poseer, pero que, a cambio, «fomentan la interacción social… y proporcionan una sensación de intimidad en su entorno». En otras palabras, vivir en espacios reducidos puede resultar paradójicamente liberador y enriquecedor desde el punto de vista social, una idea que los nómadas conocen desde hace mucho tiempo. Desde la vida en furgonetas hasta los microapartamentos, la vida compacta moderna aprende directamente de estas lecciones nómadas: que una casa no es un edificio estático, sino un estado de existencia. Cuando nuestros hogares pueden seguirnos, la vida se abre a nuevas posibilidades.

2. ¿Qué papel desempeña la movilidad en la jerarquía espacial y la programación de los espacios interiores?

Cuando es necesario trasladar una casa con frecuencia, las divisiones tradicionales de las habitaciones tienden a desaparecer. Los interiores nómadas suelen ser de planta abierta y constituyen un único volumen en el que se superponen múltiples actividades a lo largo del tiempo. Esta fluidez está redefiniendo los conceptos de intimidad, zonificación y funcionalidad de formas que imitan las viviendas compactas modernas. Por ejemplo, en una yurta mongola no hay paredes permanentes que separen los dormitorios, la cocina o la sala de estar. Sin embargo, el espacio no es informe, sino que está delicadamente dividido en zonas según las tradiciones y el uso. Las camas y los cofres de almacenamiento rodean el perímetro circular, el fogón se encuentra en el centro y los miembros de la familia se sientan en sus posiciones habituales (los invitados al norte, las mujeres generalmente al este, los hombres al oeste, etc.). Cada objeto tiene un lugar y un momento para su uso. Durante el día, una cama puede convertirse en un sofá para socializar; por la noche, el mismo espacio se transforma en un lugar para dormir. La movilidad exige que los espacios interiores cumplan funciones multifuncionales, un concepto totalmente adoptado por las pequeñas casas modernas.

En los apartamentos y estudios modernos, vemos que las fronteras rígidas se difuminan de manera similar. Los diseñadores crean muebles transformables y paneles deslizantes para que un solo espacio pueda satisfacer múltiples necesidades. Esta filosofía refleja el estilo de vida nómada, en el que la supervivencia depende de la adaptabilidad del espacio. Pensemos en un ger, donde el ritmo diario crea una jerarquía espacial: por la mañana, la luz junto a la puerta se convierte en la «cocina» para preparar la leche y el té; por la noche, las camas se despliegan alrededor del fuego para calentarse. En los pequeños apartamentos modernos, también se suele utilizar un espacio abierto como zona flexible: un salón que se convierte en dormitorio al desplegar un sofá cama o una mesa de comedor que se pliega cuando no se utiliza. Este tipo de soluciones inteligentes son, en esencia, un reflejo de la planificación intuitiva del espacio de los nómadas. En un diseño galardonado de una casa pequeña, los muebles «pueden transformarse de cama a mesa de comedor, de encimera a encimera», y los elementos fijos, como el lavabo, la cocina y la bañera, pueden plegarse y empotrarse en la pared cuando no se necesitan. Este nivel de programabilidad del interior debe mucho al concepto «todo en una habitación», perfeccionado por las culturas móviles.

La movilidad también afecta a la privacidad y al comportamiento social. Las familias nómadas comparten tradicionalmente una sola tienda, por lo que la privacidad se garantiza más a través de normas sociales que de paredes físicas. Los niños aprenden a crear un espacio mental en medio de la vida en común, mientras que los adultos coordinan sus tareas en una coreografía que mantiene el orden en espacios reducidos. Los espacios comunes modernos y las microviviendas familiares se enfrentan a un reto similar: cómo garantizar el espacio personal sin habitaciones separadas. La solución suele residir en la «división temporal», es decir, planificar momentos de soledad o designar rincones para determinadas actividades, al igual que los nómadas tienen rituales para ampliar momentáneamente su espacio personal más allá de la tienda (como salir al exterior para rezar o pensar). Los investigadores en psicología espacial señalan que las microviviendas de planta abierta pueden, en realidad, reforzar los lazos familiares y la comunicación, aunque sea a costa de una negociación constante de los límites. Lo que nos enseñan los ejemplos nómadas es que, cuando está bien organizado, un espacio interior abierto puede tener una funcionalidad rica, en lugar de ser escaso. Como observó un viajero en una yurta de Mongolia: «Las camas se doblan para servir de zona de estar; es perfectamente normal sentarse en la cama de otra persona… Las mantas y la ropa se guardan debajo. Puedes colgar el abrigo o la ropa limpia en las vigas». Cada centímetro tiene una función y los espacios que normalmente ocuparían las paredes se llenan con objetos cotidianos.

Para los diseñadores modernos, la jerarquía espacial de las casas móviles se está convirtiendo en un ejercicio de minimalismo creativo. Inspirándose en ejemplos como los ryokan japoneses o las microcabañas escandinavas, consideran que una única habitación irregular puede resultar emocionalmente cálida y multifuncional. Algunos diseños de microapartamentos en Tokio utilizan plataformas para dormir en el ático, de forma similar a como un nómada guarda su ropa durante el día, para liberar espacio en el suelo. En esencia, la movilidad reduce la distancia entre las funciones y, al hacerlo, obliga a que el diseño sea ingenioso. El resultado puede ser muy eficiente. Como se señala en un estudio sobre diseño de campamentos, la vida en espacios abiertos «plantea preguntas sobre la existencia y sobre cómo las personas pueden mantener la estabilidad en un entorno en constante cambio mientras se desplazan de un lugar a otro». Los interiores nómadas responden a esta pregunta con flexibilidad: una casa puede ser una sola habitación, siempre que esta pueda transformarse fácilmente para satisfacer todas las necesidades sucesivamente. La vida compacta moderna pone esto en práctica y demuestra que un espacio abierto y móvil puede tener su propio orden relajante, lejos del caos.

En una tradicional yurta mongola, una habitación abierta cumple todas las funciones. Las camas y bancos alineados en las paredes se utilizan como asientos durante el día y como plataformas para dormir por la noche. La estufa central se utiliza para cocinar y calentar la estancia. Esta disposición fluida y sin paredes exige un uso inteligente de todas las superficies y objetos. Los microapartamentos modernos imitan este enfoque utilizando muebles multifuncionales y planos abiertos para adaptar y hacer habitable un espacio reducido.

3. ¿Cómo puede el minimalismo material fomentar la riqueza emocional en espacios pequeños?

Se podría suponer que la presencia de menos materiales y objetos en un espacio conduce a una experiencia más pobre. Las viviendas nómadas refutan de manera contundente esta idea. Al entrar en un hogar querido, uno se ve envuelto por la riqueza sensorial de los materiales naturales y los toques personales. La paleta es minimalista: paredes de fieltro de lana, una estructura de madera, quizás un revestimiento de lona, algunas alfombras y tejidos, pero el ambiente suele ser muy cálido y acogedor. Las casas minimalistas modernas también están aprendiendo a conseguir una atmósfera similar de «menos es más», en la que la simplicidad de los materiales aumenta la resonancia emocional. Como escribe el arquitecto Juhani Pallasmaa, «las texturas y los detalles cuidadosamente preparados para el tacto invitan a tocar y crean una atmósfera de intimidad y calidez». En espacios pequeños, cada material es mucho más importante. Un único tablón de madera bien desgastado como suelo puede aportar comodidad a los pies; una manta de lana proporciona tanto calor físico como una conexión táctil. Los nómadas llevan mucho tiempo utilizando este tipo de diseños táctiles: por ejemplo, el aislamiento de fieltro de una ger proporciona a sus habitantes «una sensación de fuerza, calidez y seguridad». Después de dormir en una yurta revestida de fieltro, se dice que una tienda de campaña lisa y fina resulta fría y austera en comparación.

Los diseñadores de casas pequeñas están utilizando cada vez más materiales naturales y auténticos para crear una sensación de comodidad a pesar de la superficie limitada. Los suelos y paredes de madera clara (roble, pino, abedul) reflejan la luz de forma suave, haciendo que una habitación compacta parezca más grande y acogedora. Por ejemplo, en los pequeños apartamentos escandinavos son habituales los revestimientos de madera clara y el enlucido blanco, que maximizan la luminosidad durante los largos inviernos, mientras que las vetas de la madera añaden un toque natural al interior. Las investigaciones confirman que «la exposición a materiales naturales reduce el estrés y favorece el bienestar psicológico», e incluso ayuda a recuperarse más rápidamente en entornos sanitarios. Siguiendo esta lógica, una casa pequeña rica en texturas de madera, lana o piedra puede ofrecer un mejor rendimiento emocional que una casa más grande construida con yeso estéril. Esto se ve en la práctica: muchos propietarios de casas pequeñas elogian la sensación de «comodidad» de sus hogares. Al disponer de un espacio limitado, estos propietarios eligen solo objetos con significado personal, a menudo piezas hechas a mano o vintage, para dotar al interior de una historia especial. Esto refleja sus tradiciones nómadas: el interior de una tienda beduina puede ser escaso, pero unos pocos objetos (una manta tejida para la silla de montar, un cafetero) transmiten profundos recuerdos culturales y belleza. En una yurta, las puertas y los muebles pintados a mano con colores vivos aportan alegrías contra el fieltro monocromático. La simplicidad intencionada de este tipo de espacios aumenta la conciencia de cada textura, olor y sonido: el crepitar de la estufa, la sensación de mantequilla del fieltro, la luz ámbar que se filtra a través de la rueda del techo. Se trata de una experiencia sensorial integral que suele diluirse en las casas grandes y desordenadas.

En particular, el minimalismo en los materiales, especialmente en espacios pequeños, fomenta una conexión emocional más fuerte con el hogar. Cuando se vive en una sola habitación, se ve y se toca cada superficie todos los días; la pátina se forma rápidamente. El desgaste de un umbral de madera o el patrón descolorido de una alfombra se convierten en parte de tu historia vital. Peter Zumthor, famoso por su arquitectura atmosférica, habla de la «calidez» de un espacio y del brillo de los materiales, por ejemplo, de cómo una combinación bien trabajada de madera y tela puede irradiar un aura única. En las viviendas pequeñas, los pocos materiales utilizados suelen dejarse a la vista y con un aspecto auténtico (vigas a la vista, enlucido sin revestir, metal sin pintar), lo que provoca un eco subconsciente en los habitantes de la vivienda. Da una sensación de honestidad y humanidad. Los nómadas, que suelen construir o ensamblar sus propios refugios, tienen un orgullo y un apego innatos por los materiales: la lana hilada a mano o la tela de las tiendas cosida por la familia transmiten recuerdos y cuidado. Los propietarios de pequeñas casas modernas que participan en la construcción propia también afirman experimentar una satisfacción similar: procesar o seleccionar cada elemento material enriquece emocionalmente el espacio terminado.

En resumen, una casa compacta alcanza la riqueza emocional no con más objetos, sino con objetos significativos. La tienda nómada demuestra que una paleta modesta puede evocar una profunda sensación de comodidad al envolver a sus habitantes en una manta nutritiva hecha de tejidos naturales. Del mismo modo, las casas pequeñas y los apartamentos minimalistas más exitosos de la actualidad pueden utilizar solo un puñado de materiales, como bambú, algodón y arcilla, pero los organizan para crear un refugio relajante. Cuando «menos» en materiales da lugar a «más» en placer sensorial y significado personal, se revela la poética paradoja que se encuentra en el corazón del minimalismo. En palabras de un antiguo proverbio centroasiático: «En la yurta no hay paredes para el arte, por lo que la vida misma es la decoración». « El minimalismo material permite que la vida y la memoria pasen a primer plano. Así, una casa pequeña y sencilla se convierte en un gran receptáculo para las emociones, tan atmosférica como cualquier catedral en su sutil manera.

La luz del sol se filtra a través de la sencilla estructura de la yurta, con sus finas vigas de madera, fieltro de marfil y suelo de madera. El interior circular, construido principalmente con materiales minimalistas como madera y lana, adquiere un ambiente cálido y acogedor. Estos materiales naturales «se aprecian desde hace mucho tiempo por su calidez y carácter» y contribuyen a que incluso un espacio pequeño resulte seguro y relajante. En las casas pequeñas modernas, paletas similares compuestas por madera, lienzo y tejidos de tierra crean una atmósfera íntima y emocionalmente rica.

4. ¿De qué manera coexisten la comunidad y la movilidad en los asentamientos nómadas? ¿Qué podemos aprender para las microviviendas urbanas?

La vida nómada suele idealizarse como una existencia extremadamente independiente, como una caravana solitaria que atraviesa las estepas. En realidad, la mayoría de las culturas nómadas se desarrollan como comunidades muy unidas y sus campamentos equilibran de forma magistral el espacio personal y la vida en común. Un campamento nómada tradicional (ya sea mongol, beduino o romaní) suele ser un conjunto de tiendas o caravanas organizadas según los lazos familiares y la ayuda mutua. La movilidad, de hecho, fortalece a la comunidad: cuando todos se mueven juntos y dependen unos de otros para sobrevivir, se crean fuertes lazos sociales. La disposición espacial de los campamentos refleja esto. Por ejemplo, los campamentos mongoles históricos, formados por varias gers, están organizados en una estructura claramente definida: la tienda del líder puede estar en el centro o separada por una estructura ceremonial, mientras que las familias instalan sus tiendas alrededor de un espacio común según su estatus o función. Una hoguera o un círculo de fuego solía constituir el corazón del campamento y servía como punto de reunión al final del día. Esto se asemeja a las iniciativas modernas destinadas a fomentar la comunidad en microviviendas, como las pequeñas aldeas de casas o los proyectos de viviendas compartidas, donde un patio común o una casa compartida reúnen a los residentes.

Una lección importante que se puede extraer de los asentamientos nómadas es el uso de espacios graduados para mediar entre individuos y grupos. En un campamento beduino, cada tienda es un espacio privado para una familia, pero las tiendas suelen orientarse en semicírculo, mirando unas hacia otras, lo que proporciona transparencia a los vecinos y crea un «salón» común al aire libre en el centro. Existe un entendimiento tácito de una frontera invisible: se respeta el espacio personal de unos metros alrededor de la tienda (donde se guardan las pertenencias, juegan los niños y las mujeres pueden descubrirse), pero más allá de ese límite, toda la zona es común (los rebaños se mezclan, el grupo cocina y cuenta historias alrededor del fuego). Las microviviendas modernas pueden imitar esto a través del diseño. Por ejemplo, los barrios de bolsillo, formados por pequeñas casas, suelen situar las puertas de entrada alrededor de un jardín común; una valla baja o un cambio en la acera pueden separar simbólicamente el porche privado de la vía pública, al igual que la alfombra de la entrada de la tienda de un nómada marca su espacio personal. El resultado es una atmósfera similar a la de un pueblo, en la que los residentes interactúan de forma natural en su vida cotidiana, contrarrestando el aislamiento que a veces se da en los apartamentos urbanos. La interdependencia inherente a la vida nómada es algo que los urbanistas están tratando de revivir: un autor señala que, en las comunidades nómadas, «los entornos compartidos crean relaciones sociales sólidas» y que la adaptabilidad es colectiva y permite adaptarse rápidamente a los cambios. Los proyectos de viviendas comunitarias también tienen como objetivo diseñar «planos urbanísticos que proporcionen privacidad al tiempo que fomenten la conexión».

Otro aspecto importante es el intercambio de recursos. Los campamentos nómadas suelen compartir instalaciones críticas —un pozo común, corrales compartidos para el ganado, fogones comunes para cocinar pan— porque esto es más eficiente que repetir el esfuerzo en cada unidad. En el contexto de las microviviendas urbanas, esto se traduce en instalaciones comunes que enriquecen la vida a pesar del tamaño reducido de las viviendas individuales. Vemos ejemplos de ello en el auge de las aldeas de casas pequeñas para personas sin hogar, donde cada residente tiene una pequeña cabina para dormir, pero la comunidad comparte los baños, una tienda o caravana que hace las veces de cocina y las zonas comunes. Por ejemplo, en Othello Village, en Seattle, 28 pequeñas casas forman una aldea que «comparte una cocina, una caravana con duchas, una caseta para donaciones y una caseta de seguridad», creando una red de apoyo entre sus aproximadamente 100 residentes. Esto refleja cómo una tribu nómada garantiza el acceso de todos a las necesidades básicas sin necesidad de 100 cocinas o pozos separados. Se trata de un uso eficiente del espacio y fomenta el contacto diario. La movilidad también fomenta la resolución conjunta de problemas. Cuando todo el campamento se traslada estacionalmente, las tareas como desmontar las tiendas, cuidar de los animales o trasladarse al siguiente lugar suelen realizarse de forma cooperativa. Del mismo modo, un conjunto de pequeñas casas modernas con ruedas puede organizar jornadas de trabajo en grupo para proteger el emplazamiento e incluso trasladarlo. La proximidad espacial y la cooperación necesaria crean un sentimiento de destino común, un potente antídoto contra el anonimato urbano.

Más importante aún, los campamentos nómadas demuestran que la comunidad no requiere la permanencia del espacio, sino solo la permanencia de las personas. Los miembros llevan consigo su cultura y su estructura social. Los urbanistas y arquitectos pueden sentirse animados sabiendo que, si se diseñan para la interacción humana, incluso los entornos temporales (como las microviviendas para estudiantes o los campamentos de refugiados) pueden albergar comunidades estables. La «distancia íntima» en la que viven los nómadas —ni apretados ni dispersos— parece un punto ideal. Proyectos modernos como las viviendas comunitarias intentan lograr este equilibrio: cápsulas privadas para dormir con cocina y salón comunes. Se trata, en esencia, de campamentos verticales que reconocen que las personas son más felices cuando conviven en cierta medida. La investigación de Hillier y Hanson (The Social Logic of Space) muestra que la configuración espacial puede influir en gran medida en la frecuencia de las interacciones sociales. Un diseño que reúne a las personas en un punto común (como un patio central o un pasillo) aumentará los encuentros casuales y las conexiones. Los campamentos nómadas lo han hecho de forma natural, centrando la vida en torno a una hoguera o una fuente de agua.

En conclusión, la movilidad y la comunidad no son opuestas; al contrario, la movilidad puede intensificar la comunidad al requerir confianza mutua y una agrupación espacial inteligente. La lección que se puede extraer para las microviviendas urbanas es diseñar minipueblos incluso dentro de las ciudades: agrupar pequeñas viviendas alrededor de jardines, crear instalaciones comunes para reunir a los residentes y permitir que la urbanización fomente las interacciones informales (porches que dan a senderos, pequeñas distancias entre las viviendas, etc.). Como se indica en la publicidad de un nuevo barrio de microviviendas, se ha construido «en un diseño de aldea que fomenta el sentido de comunidad, donde son populares las comidas compartidas y las hogueras». Podría ser una escena sacada de un campamento nómada al atardecer. Los arquitectos, aprendiendo de las culturas móviles, pueden garantizar que la reducción del espacio no implique una reducción de la vida social. Al contrario, una microcomunidad bien diseñada puede ser tan viva y solidaria como un campamento nómada tradicional, solo que con pequeñas casas en lugar de tiendas de campaña.

A la hora dorada, un campamento nómada en el desierto. Varias tiendas de campaña agrupadas, cada una de ellas albergando a una familia, pero orientadas hacia un espacio común abierto. La proximidad de las viviendas y los fogones comunes fomenta la interacción social y la seguridad colectiva. Este tipo de planos urbanísticos equilibra la intimidad (cada tienda es una vivienda independiente) con un fuerte núcleo comunitario, un principio que se refleja en las modernas aldeas de casas pequeñas y en los conjuntos de viviendas compartidas, donde las pequeñas viviendas se disponen alrededor de jardines e instalaciones comunes.

5. ¿Qué sucede cuando la permanencia arquitectónica es sustituida por la adaptación?

Quizás la lección más profunda que nos ofrece el diseño nómada es la redefinición de lo que es la arquitectura. En las sociedades sedentarias, un edificio suele aspirar a la atemporalidad: los monumentos de piedra están destinados a perdurar durante generaciones. La arquitectura nómada invierte este paradigma: la temporalidad se acepta como un estado natural y las estructuras no son formas definitivas, sino procesos en evolución. Sustituir la permanencia por la adaptación significa considerar los edificios no como arte estático, sino como herramientas vivas. Este cambio filosófico tiene importantes repercusiones en la sostenibilidad y la resiliencia actuales. Cuando se prevé que una vivienda vaya a cambiar, trasladarse o, en última instancia, desaparecer, los arquitectos comienzan a dar prioridad a cualidades como la reciclabilidad, la huella ligera y el montaje modular. Esta mentalidad se refleja en el diseño de refugios de emergencia, en las casas cápsula experimentales «modulares» e incluso en los conceptos futuristas de rascacielos desplegables. Vemos que la arquitectura ha pasado de crear objetos inmortales a facilitar el flujo de la vida, lo que se acerca mucho más a una perspectiva nómada.

En las culturas nómadas, una tienda o yurta por su diseño es temporal: se desmonta periódicamente, sus piezas se reparan o se sustituyen cuando es necesario y, cuando se abandona, no deja ningún rastro. Su valor no reside en su durabilidad, sino en su uso. Como reflejo de ello, los pueblos nómadas suelen invertir más en obras de arte que se pueden transportar fácilmente (productos textiles, joyas, canciones) que en edificios. Los arquitectos modernos han comenzado a descubrir esta «arquitectura efímera». El grupo vanguardista Archigram de los años 60 imaginaba ciudades andantes y casas hinchables que pudieran responder a las necesidades cambiantes. En la actualidad, ante el cambio climático y las crisis humanitarias, la arquitectura efímera tiene una verdadera urgencia. Por ejemplo, las viviendas temporales para ayuda en caso de catástrofes deben ser rápidas, adaptables y, en última instancia, desmontables. Las mejores soluciones reflejan la lógica nómada: estructuras como los refugios «Weaving a Home» de Abeer Seikaly ofrecen a las personas desplazadas un hogar digno pero móvil, utilizando pieles tejidas flexibles que se expanden o se contraen e integran los servicios públicos. Se asemejan a tiendas futuristas (en realidad inspiradas en las tiendas beduinas) y pueden embalarse y reubicarse, lo que materializa la adaptabilidad. Las tiendas de campaña para refugiados del ACNUR o los refugios en paquetes planos de IKEA son otros ejemplos del mundo real: ninguno de ellos está destinado a ser permanente, pero todos proporcionan un refugio que «se mueve junto con» el viaje de las personas, en lugar de atarlas indefinidamente a un lugar.

Cuando la permanencia da paso a la adaptación, se alcanza la sostenibilidad. Un edificio diseñado para desmontarse en partes es, por su propia naturaleza, un edificio diseñado para la reutilización de materiales y la reducción de residuos. El sector de la construcción es un enorme consumidor de recursos; el pensamiento nómada puede reducirlo fomentando el diseño para el desmontaje. Existe un movimiento creciente a favor de los edificios modulares, cuyos componentes pueden reconstruirse o reciclarse en lugar de demolerse. Esto se observa en la popularidad de la arquitectura de contenedores de transporte: una casa contenedor es, en esencia, un módulo temporal que puede ser levantado por una grúa y trasladado o apilado de diferentes maneras según cambien las necesidades. Del mismo modo, los entusiastas de las «casitas sobre ruedas» suelen mantener la movilidad como una opción, aunque permanezcan en el mismo lugar, lo que les lleva a construirlas con materiales más ligeros y reciclables y con sistemas independientes de la red. Saben que sus casas pueden salir literalmente a la carretera, por lo que no pueden depender demasiado de una infraestructura fija. Aquí cabe destacar un aspecto importante: las viviendas temporales pueden ser más democráticas. Si tu casa no está ligada a un terreno caro, tienes libertad para moverte en busca de oportunidades, para escapar de una catástrofe o para vivir con ligereza en el mundo. Los nómadas lo entendían muy bien: la movilidad era sinónimo de supervivencia y libertad. Con las crisis de accesibilidad a la vivienda y las migraciones climáticas, la sociedad moderna puede redescubrir que permitir la flexibilidad en la arquitectura es más humano que imponer la permanencia. Una vivienda que se adapta a la vida de sus habitantes (que se amplía cuando la familia crecía, se trasladaba por un nuevo trabajo o se reducía cuando quedaba vacía) reduciría en gran medida el desperdicio y el estrés. Se trata de un cambio radical con respecto a la idea de la vivienda como inversión en un único lugar, pero es compatible con la era de los cambios rápidos.

La arquitectura temporal también tiene una dimensión emocional. Enseña la transitoriedad como un valor cultural, la aceptación del cambio y la capacidad de dejar ir. La arquitectura tradicional japonesa incorpora estos elementos (por ejemplo, el Templo de Ise se reconstruye cada 20 años, por lo que permanece eternamente nuevo pero transitorio). El diseño nómada lo materializa cada día: el refugio debe desmontarse y volver a montarse en otro lugar; nada dura para siempre, pero el estilo de vida es rico en otro tipo de continuidad: la continuidad del movimiento, los ciclos de las estaciones, la renovación de los materiales. Como dijo un escritor, «las cosas no están hechas para permanecer en un lugar para siempre, sino para cambiar con el uso y envejecer con elegancia. La idea de la transitoriedad no se ve como un defecto, sino como la naturaleza de la vida… El arte perdura con el cambio, no con la conservación». En el sentido moderno, esto puede revolucionar la forma en que vemos nuestros hogares. En lugar de una casa de ensueño estática, quizá la casa ideal del futuro sea como una tienda fiel que evoluciona con nosotros. Imaginemos que los arquitectos diseñan casas con «vidas» planificadas y puntos de transformación: una estructura que podría comenzar como una microcasa y luego ampliarse con añadidos prefabricados cuando sea necesario, o dividirse en módulos que los niños podrían llevarse consigo cuando se mudaran. La arquitectura se convierte en un proyecto dinámico y continuo, más que en un producto acabado.

En la práctica, la sustitución de la permanencia por la adaptabilidad ya está dando lugar a formas innovadoras: casas plegables, salas de conciertos inflables, hospitales móviles, escuelas flotantes. Estas soluciones resuelven problemas que van desde las crisis de refugiados hasta el aumento del nivel del mar, sin estar vinculadas a un solo lugar y en tiempo real. Siguen los recursos y las necesidades, como hacen los nómadas con los pastos y el agua. En una era digital en la que gran parte de la vida es virtual y móvil, es lógico que nuestras viviendas físicas también tiendan a ser más ligeras y móviles. Algún día, podríamos ver barrios formados por cápsulas modulares que se desplazan periódicamente o aparecen en otro lugar, como las células de un organismo vivo que se renuevan. La propia ciudad podría comportarse como un nómada, una posibilidad explorada en conceptos como las ciudades inteligentes sobre raíles o ruedas. Aunque se trate de una idea especulativa, la lección subyacente es la siguiente: la arquitectura es un medio, no un fin. Cuando se libera de la carga de la permanencia, puede responder rápidamente a los cambios humanos y ambientales. Y en lugar de hacer que nuestro mundo parezca temporal en un sentido negativo, puede hacer que lo sintamos vivo. Al fin y al cabo, ¿qué puede haber más vivo que algo que crece, se reduce, aparece, desaparece y vuelve a aparecer transformado?

Arquitectura adaptable en acción: Abeer Seikaly ha diseñado refugios tejidos para ayuda en casos de desastre, inspirados en las tiendas nómadas. Fabricados con tubos y tejidos flexibles y de alta resistencia, estos refugios se montan, desmontan y amplían in situ, proporcionando viviendas aisladas y sólidas con todas las comodidades modernas. Estas unidades con forma de cúpula (que se ven en la imagen desplegadas en el desierto) son un ejemplo de cómo la permanencia se puede sustituir por la flexibilidad: refugios que se adaptan y evolucionan según las necesidades de sus habitantes. En un mundo en el que el desplazamiento forzoso es cada vez más frecuente, este tipo de diseños demuestran que la temporalidad puede ser una fuente de empoderamiento en lugar de empobrecer a las personas.

Resultado: Diseñar para el movimiento, vivir para el significado
Desde las yurtas de la estepa hasta las pequeñas casas de los suburbios, lo que une el diseño nómada y la vida compacta es la fe en la calidad más que en la cantidad: en el espacio, en los objetos y en la vida misma. Los nómadas nos han enseñado que el valor de una casa no se mide en metros cuadrados o en piedras, sino en la elegancia con la que sirve a sus habitantes y a su entorno. Los arquitectos y habitantes modernos están redescubriendo esta verdad. Al crear casas compactas y móviles inspiradas en la sabiduría nómada, no solo estamos adoptando una nueva estética, sino que estamos abrazando una filosofía: la ligereza puede significar libertad, la claridad puede fomentar la comunidad, la simplicidad puede profundizar el placer sensorial y la transitoriedad puede ser una fuente de fuerza. Una casa que te sigue, que se adapta a ti e incluso que desaparece cuando ya no es necesaria: una casa así no reduce el concepto de hogar, sino que lo eleva, vinculándolo más a la experiencia humana que a un objeto.

En una era de incertidumbre global, las lecciones del diseño nómada nos ofrecen una luz orientadora. Nos invitan a imaginar ciudades formadas por pequeños grupos de casas que crean comunidades solidarias; a crear edificios que puedan reutilizarse o trasladarse en lugar de ser abandonados; y a llenar nuestros pequeños espacios con grandes significados a través de materiales y recuerdos. Al reducirse y movilizarse, llevamos adelante la esencia de prácticas milenarias y demostramos que la innovación a veces significa mirar hacia atrás. Las casas compactas de hoy en día, enriquecidas con las lecciones del nomadismo, pueden hacer posible una vida plena, conectada con los demás, con la naturaleza y con nuestro propio propósito. Al fin y al cabo, el hogar no es un lugar, es un estado de existencia. Al diseñar para el movimiento, podemos encontrarnos a nosotros mismos viviendo más plenamente aquí y ahora, dondequiera que vayamos.

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